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Rasspu

¿Qué pasa, güey?

• 15/05/2025 20:36:00.
Mensajes: 425
• Registrado: septiembre 2008.

CARA A CARA CON CHUCKY.

::: --> Editado el dia : 15/05/2025 21:13:42
::: --> Motivo :

Estaba con mis compañeros de trabajo, haciendo lo que Mr. Chucky supone que hacemos los funcionarios públicos en nuestras horas de trabajo, ya sabéis, fumando heroína en papel de plata mientras debatimos cómo escaquearnos del curro... Bueno, en realidad estaba terminando una Propuesta de Resolución que se me estaba atragantando un poco. Alcé la vista y vi pasar un avión por la ventana. Hace poco que mi ciudad tiene un par de vuelos comerciales. Vino a mi cabeza la típica frase que repiten las aerolíneas como un mantra: "Volar es más seguro que conducir." Que muere más gente en las carreteras que en el aire, dicen. Y lo dicen con tanta seguridad, con tanto entusiasmo matemático, que por un momento te lo tragas... La realidad es que sí, que muere menos gente en accidentes aéreos que en tráfico rodado. Pero también vuela menos gente. Y los que vuelan, no lo hacen todos los días como quien va al súper o al trabajo. Es como decir que muere menos gente por meter la cabeza en una trituradora de carne que por resbalarse en la ducha. Y sí, estadísticamente tiene sentido… pero nadie te recomienda probar a meter la testa, u otra parte de tu anatomía, en una trituradora solo porque tiene mejor promedio de supervivencia. Porque esto es lo que no te dicen: la probabilidad de morir en un avión es baja... siempre que no subas a uno. Y aunque a los dueños de las compañías les joda, lo cierto es que en cuanto pones un pie en el aeropuerto y te hacen quitarte el cinturón, los zapatos y la dignidad en el control de seguridad, tu esperanza de vida empieza a menguar exponencialmente. Porque el ser humano fue hecho para muchas cosas: para amar, para el sexo, para el alcohol, para equivocarse... pero no para volar en una caja de metal a velocidad absurda, rodeado de desconocidos. Y todo eso sostenido por la fe ciega en un motor, un algoritmo, y un piloto que, seamos honestos, probablemente estará pensando si cenará kebab o pizza cuando aterrice o si terminará en la cama con la nueva azafata. Me disponía a continuar con la Propuesta, cuando irrumpió en la oficina el hombre de negro. Se plantó frente a mí, sin preámbulos ni cortesías.
—Chucky está con tu Delegado. Y quiere hablar contigo.
Mi delegación se reparte en tres plantas. El despacho del Delegado ocupa la intermedia yo resido en la superior, donde el oxígeno es más escaso y las esperanzas, también. Acompañé al hombre de negro por el largo pasillo que conduce a las escaleras, con ese paso solemne que se reserva para las misiones suicidas.
Mientras caminábamos, intentaba recordar cuál era exactamente mi misión en todo aquello: ¿tratar de convencer al visitante de que los funcionarios no somos tan terribles como su febril imaginación le ha hecho creer, y, de paso, averiguar de dónde brotaba esa absurda y casi pueril aversión hacia todo lo que oliese a administración pública? Al pensar en Misión, vino a mi cabeza la peli “Misión a Marte” y la novia que tenía hace unos años.
La chica en cuestión era tan bonita que bastaba con mirarla, aunque no dijera una sola palabra. Pero también decía las cosas con tanta gracia, que me encantaba escucharla incluso con los ojos cerrados. Una de esas raras combinaciones donde el silencio y el ruido, la belleza y la voz, valen la pena por separado… pero juntas, te joden la cabeza de lo armónicas que son. Lo único malo que tenía aquella chica, era que odiaba la ciencia ficción. Le parecían tonterías de frikis. Aquella tarde llovía y nos quedamos en casa. Yo me había descargado “Misión a Marte” y tenía muchas ganas de verla, así que recurrí a una mentira piadosa, disfrazada de pronunciación rápida. Le vendí la peli como si fuese una comedia romántica llamada “Misión: Amarte”. Lo solté así, en voz baja y con cara de tipo sensible…
En fin, que pierdo el hilo de la historia: el hombre de negro me escoltó hasta el antedespacho del Delegado, y allí estaban los dos: el Delegado y su secretaria, con la misma expresión que uno lleva al tanatorio. Me miraron con esa mezcla de resignación y cansancio que suele reservarse para los lunes a las siete de la mañana. No dijeron nada. Solo ese gesto —la ceja alzada, la barbilla en ángulo, el idioma universal del hartazgo burocrático— que se traduce, como: “¿Qué has hecho, so capullo?”. Y así fue como crucé el umbral hacia lo inevitable.
Yo ya había estudiado su técnica en varios vídeos, no me pillaba de sorpresa. Consistía, esencialmente, en:
a) quedarse quieto, y
b) poner cara de circunstancias (esa expresión ambigua entre “tengo una grave afección hemorroidal” y “se me ha olvidado descongelar el pollo”).
Pues bien, ahora el tío había perfeccionado su arte. Su nueva propuesta escénica se basaba en:
a) quedarse quieto, aún más rato.
b) poner la misma cara de circunstancias, pero esta vez añadiendo una mirada de reojo, sutil, intensa, como si estuviese evaluando la calidad del oxígeno del entorno o buscando el sentido de la vida en la esquina del despacho.
Una evolución impresionante. De estatua de museo a estatua con sospechas.
—He leído las mierdas que escribes en el foro —dijo al fin, como quien confiesa que espía a los vecinos con prismáticos sin una pizca de vergüenza.
—¿Sí?
—No te gustan los superhéroes, ¿verdad?
—La verdad es que no mucho.
—Te voy a explicar yo lo que te pasa.
—¿Sí? —asintió, moviendo su cabeza de muñeco diabólico como si le hubiesen engrasado el cuello con aceite de motor.
—Lo que te pasa —dijo, hinchando el pecho, intentando proyectar esa imagen de machote de catálogo, que presume de no haber ido a ver Anaconda porque si quería contemplar un bicho largo y gordo le bastaba con bajarse los calzoncillos frente al espejo. Un tipo duro. Más duro que la bollería del Mercadona—, lo que te pasa, es que tienes una homosexualidad reprimida, bien latente, bien agazapada. Y por eso te incomodan los maromazos en mallas dando volteretas.
—Joder, visto así…
—Hazme caso. No he llegado hasta aquí por mi cara bonita.
Aquí, me gustaría hacer un breve inciso. ¿Conocéis la historia del feo del grupo? No el simpático, no el entrañable… no. El feo de verdad. Ese al que los guapos llevan colgado como si fuera su bufón personal. El pringado con acné tardío, gafas que parecen prestadas por su abuelo ciego y camisas que tienen más arrugas que la conciencia de un político. Lo usan como accesorio tragicómico. Le ponen motes, lo empujan al borde de las fotos como si estorbara la estética del grupo, lo mandan a hacer recados. Pero el cabrón aguanta. Y él, el cabrón, se ríe. Como si le hiciera gracia. Como si estuviese cómodo siendo la nota al pie de página en la biografía de los demás. Pero un día… un día algo cambia. Nadie lo ve venir. Se quita las gafas, se arregla la barba, se compra una chaqueta que no parece sacada del cubo de donaciones… y resulta que el feo era el más cabrón de todos. Pues eso.
—Bueno—intenté reconducir el tema—, yo lo que no entiendo son todas esas medidas suyas contra los funcionarios y...
—¿Qué medidas? —me interrumpió.
—No sé… por ejemplo, lo del teletrabajo…
—Ah, ya que sacas el tema —dijo, como quien encuentra la excusa perfecta para soltar la bomba que lleva días macerando en vinagre de ego—. Vas a ser el primero en enterarte de la nueva orden interna. Una auditoría externa ha revelado algo muy preocupante. Resulta que durante las horas de teletrabajo… los funcionarios están usando el W.C. de su casa.
Me quedé mirándolo, esperando el chiste. Pero él estaba más serio que un plato de habas.
—Sí, sí, como lo oyes. Cagan. En su casa. En horario laboral. Así que he decidido que, si tienen tiempo de sentarse en su propio váter en casa, también pueden venir con los deberes hechos. A partir del lunes, se clausuran todos los baños de las Delegaciones y Consejerías. Se acabó el despilfarro en la Junta.
El alcohol, la falta de sueño y el sistema educativo español han ido limando mi capacidad de atención. A estas alturas, mi concentración es como una conexión Wi-Fi pública: inestable, lenta y abierta a cualquier interferencia. Para ser honesto, no tenía ni idea de qué demonios me estaba hablando. En ese momento, justo por el ventanal que se abría detrás de Chucky, pasó un nuevo avión. Otro pájaro de metal atravesando el cielo, indiferente a lo que sucedía en aquel despacho. Un rayo de sol incidió en él y las alas devolvieron un destello metálico, como si el cielo me guiñara un ojo. Entonces pensé en la energía. En aquello de que ni se creaba ni se destruía, aquello de que solo se transformaba. Miré al sol, que quedaba a la derecha de la cabeza de mi interlocutor, ese horno cósmico que llevaba miles de millones de años vomitando energía sin cobrar factura. Allí dentro ocurrían unas movidas nucleares que eyaculaban ingentes cantidades de energía al espacio. Esa energía viajaba hasta aquí convertida en rayos solares, que se estrellan contra cosas como... por ejemplo una lechuga. Las pobres lechugas se pasaban su vida lechugil absorbiendo luz y haciendo fotosíntesis. Después aparecía una vaca, feliz e inocente, y se comía la lechuga y transformaba esa energía química en mugidos y metano. Pero ahí no acababa la cadena. Porque entonces llegaba yo, armado con un cuchillo y un bote de tabasco, y me zampaba un buen chuletón de la vaca con una sonrisa y una botella de vino. La energía de la vaca pasaba a mí, y me daba lo justo para hablar, mover los dedos, y a veces incluso pensar, si el día no era muy hostil. Pero si te parabas a pensarlo, todo eso, desde la fusión nuclear del Sol hasta el eructo post atracón, era solo una larguísima cadena de transformaciones, una especie de dominó cósmico de energía. Así que sí, técnicamente, Chucky y yo habíamos mamado del mismo biberón cósmico. El universo, en su infinita mala leche, nos había alimentado con la misma fórmula. Aquello, lejos de hacer que me sintiese en comunión con él, me inquietó bastante.
En ese momento, una asesora penetró en el despacho con paso firme y perfume caro. Se inclinó hacia Chucky y le susurró algo al oído, como si yo no estuviera allí o fuese parte del mobiliario. Luego me dirigió una mirada furtiva. Me observó como si mirara un pulgón que había tenido la osadía de trepar a su bolso Vuitton. Era de ese tipo de personas que se creen increíblemente guay. Ya sabéis, ese tipo de personas que van por la vida con cara de haber entendido algo que tú jamás comprenderás. Salvan al planeta sorbiendo batidos de kale con pajitas de papel y se exfolian la lengua con tenedores de bambú reciclado. Hablan todas como si fuesen únicas, irrepetibles, iluminadas por algún tipo de luz interior… pero luego te das cuenta de que hay miles, millones de ellas.
Aquello me recordó la noche que estuve en la puerta de un pub hablando con una chica vegana, argentina y con mirada de quien ha leído demasiados posts espirituales en Instagram. Me dijo que uno no podía encontrarse a sí mismo siendo funcionario, yendo todos los días a trabajar a una oficina. Que el verdadero yo se encontraba sufriendo incomodidades, cargando una mochila con todas tus pertenencias y caminando por el mundo. Le expliqué que la parada de bus en la que yo me sentaba cada mañana para ir al curro era incomoda de cojones. Que en verano me asaba el culo y en invierno me daban ganas de prenderle fuego con tal de no morir congelado. También le expliqué que los días de teletrabajo llevaba el portátil en una mochila, que eso debía contar como búsqueda interior. Me miró como si acabara de patear un koala y me soltó que no entendía nada. Que yo no había ido a Marruecos, ni a Cuba, ni a Costa Rica. Que para alcanzar un estado elevado de conciencia había que estar en aquellos lugares, con los pies descalzos y las pulseritas de cáñamo, rodeado de pobreza exótica y batidos de papaya.
Intenté explicarle, que eso de ir a países donde no me fiaba de beber el agua del grifo me daba mucha pereza. Ese tipo de pereza que te entra cuando alguien te recomienda un libro gordísimo, con pinta de ladrillo infumable. Y aunque la curiosidad te ronda la cabeza, decides que ya harán la película algún día… Llamadlo vagancia, llamadlo instinto de conservación. Yo lo llamo eficiencia narrativa. Por cierto, me estoy dando cuenta de que esta historia avanza con ritmo propio de la tectónica de placas. Mejor dejar que repose y continuarla otro día, antes de que nos pille la próxima era geológica.

5 RESPUESTAS AL MENSAJE

Mercurita

Pícara latiniparla

• 15/05/2025 22:36:00.
Mensajes: 92
• Registrado: julio 2008.

RE:CARA A CARA CON CHUCKY.

::: --> Editado el dia : 15/05/2025 22:42:51
::: --> Motivo :

Jajajaja, que chispeante. Desde luego el Chuky se las trae, es capaz de quitar los inodoros. O sustituirlos por letrinas custodiadas por serviles analizadores de competencias, a las que se puede acceder solo cuando se han cumplido los objetivos laborales. Me imagino a algunos que estarían encantados de hacer el truño-checking diario de quien puede entrar o no al excusado, o de quien tiene que hacérselo todo encima por no haber terminado de redactar el requerimiento del día. Otros, con lo sumiso que suele ser el personal, estarían hasta encantados de llevar hasta dosotis.
En definitiva, el relato no sólo es divertido, con excelente narrativa, descriptivo de paisajes oniricos-reales, sino que además es una crítica ácida y de humor inteligente.
Por cierto, la descripción del sol, brutal.
Como ya autoproclamada rasspufanatica, te hago saber, que me ha encantado.

Ethereum

Eso es en la ventanilla de al lado.

• 16/05/2025 12:14:00.
Mensajes: 34
• Registrado: julio 2022.

RE:CARA A CARA CON CHUCKY.

Impresionante, me he reído como 6 veces a lo largo del post. Mis compañeros deben pensar que me hace muy feliz el trabajo mientras ellos se toman un moca latte en su tercer desayuno de la mañana. En serio, qué máquina, tus historias son como una comida gourmet: 45 horas de preparación para luego 10 minutos de placer prohibitivo. Pero qué 10 minutos, madre...
Muchas gracias, Rasspu.

Elichocolate

• 16/05/2025 13:51:00.
Mensajes: 23
• Registrado: agosto 2021.

RE:CARA A CARA CON CHUCKY.

Buenísimo, Rasspu! Era difícil, pero te has superado! Enganchadísima!! Mil gracias!

Exmundano

Sin materia, sólo energía

• 16/05/2025 21:09:00.
Mensajes: 30
• Registrado: septiembre 2019.

RE:CARA A CARA CON CHUCKY.

Qué bueno!

Yo quiero tu preparador!

Rasspu

¿Qué pasa, güey?

• 16/05/2025 23:57:00.
Mensajes: 425
• Registrado: septiembre 2008.

RE:CARA A CARA CON CHUCKY.

¡Joder, compañeros, sois la leche! Mil gracias a los cuatro por vuestras palabras. Mercu, totalmente de acuerdo contigo en el tema sumisos. Ethereum, me quito el sombrero ante tu descripción, no puede ser más brillante.


Seguro que tienes mucho que decir, te estamos esperando.


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