Rasspu

¿Qué pasa, güey?

• 05/07/2025 21:29:00.
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Resolución de la 1ª ONC (Obligación de No Cuestionar) del CAP.

::: --> Editado el dia : 05/07/2025 21:29:53
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Resolución de la 1ª ONC (Obligación de No Cuestionar) del CAP (Cansancio Administrativo Permanente).

El café era malo. Amargo, espeso, como si lo hubieran filtrado a través de unos calcetines usados por un opositor al A1. Martínez, con su camisa de cuadros metida por dentro de sus pantalones Lee —supervivientes a dos recortes de sueldo, un divorcio y una estabilización—, aguardaba su turno frente al monitor. La Junta había convocado un nuevo concurso de méritos. Pero esta vez era distinto. Un cartel digital giraba sobre su propio eje en la esquina superior derecha de la sala, como una especie de promesa a la inmortalidad: “Concurso Abierto y Permanente. Participar es crecer”.
A pesar de estar llena, en la sala nadie hablaba. Nadie se movía. Solo se escuchaba el zumbido del compresor del aire acondicionado y alguna tos disimulada con la dignidad de quien finge estar vivo. Martínez, obediente, pulsó Enter. La pantalla parpadeó. Luego parpadeó él. Apareció un mensaje: "Debe haber más de un puesto de diferente ONC para poder hacer Anexo de Ordenación. Procedemos a su extinción administrativa. Causa: exceso de minutos sin justificar en CRONOS. Destino: foso de pirañas, resolución firme. Gracias por su servicio”. La luz se apagó. Cuando volvió, Martínez ya no estaba en la silla. Así, sin más. Ni un grito. Ni una queja. Solo el sonido lejano de un leve chapoteo. No lo vimos más.
Un informático calvo cruzó los brazos y murmuró, sin emoción: Siempre caen los de personal.
El altavoz nombró al siguiente. Se trataba de una funcionaria que jamás había concluido un expediente. Seguía tramitando el mismo desde 1997. Nadie sabía de qué trataba, pero aparecía en cada memoria anual como "pendiente". Tomó asiento y con mano temblorosa pulsó la tecla: "Enhorabuena. Ha conseguido un puesto nivel 14 en la Delegación del Peñón de Vélez de la Gomera”. Leyó dos veces. Se desmayó en la tercera. Nadie la recogió. Cuando volvió en sí, frente a ella, sobre la mesa, tres cucarachas. Reales. Vivas. Llevaban pequeñas togas blancas hechas con recortes del Boja. Una de ellas golpeó una grapadora oxidada como si fuese un mazo.
—Señora, preséntese —dijo una voz que parecía salir de uno de los bichos, aunque ninguno movía la boca. Ella carraspeó.
—Soy… soy Ana Rodríguez. Auxiliar Administrativa. Nivel 16. Tengo dos hernias, un hijo en FP, y no quiero ir a ese Peñón—dijo con voz quebrada.
—Supongo que sabrá que definirse es limitarse —soltó una de las cucarachas antes de empezar a masticar post-it como si fuesen ostias sagradas. Otra sacó una calculadora solar que no funcionaba.
—Pero ustedes me han dicho…
—¿Cambio vital justificado? —preguntó la del centro, que llevaba una insignia con forma de sello oficial.
Rodríguez dudó. Miró sus manos.
—¿Serviría que ya no me quedan sueños? —dijo.
Las cucarachas intercambiaron miradas. Una abrió una carpeta en miniatura con el logotipo de la Junta.
—No consta en las bases. Rechazada. Tiene un mes para interponer recurso de alzada, con su propia sangre.
—Suerte —dijo otra.
—¿Con el recurso? —preguntó Rodríguez.
—No. Con lo que viene después.
—Esto no es un concurso—señaló el informático calvo, visiblemente alterado—. Es una puta ruleta rusa.
Y tenía razón. Allí no se competía con méritos. Se apostaba. Y la casa, como de costumbre, siempre ganaba. Había quien recibía premios absurdos, cosas como: “Redestinado a la Consejería por crear. Puesto no geolocalizable. Salario sujeto a precipitaciones”
Nadie pedía explicaciones. Nadie sabía quién había organizado todo aquello. Hasta que apareció él. Pequeño. De plástico. Pocos recuerdan cómo llegó a la Junta. Menos aún se atreven a decir su nombre... dicen, que si un interino lo pronuncia tres veces en una oficina a oscuras frente a un monitor apagado… Chucky aparece. Los más veteranos murmuran que Chucky no fue elegido, sino invocado. Allí estaba, con la sonrisa torcida y tarareando el “I Don't Want A Lover” de Texas, sentado sobre una torre de expedientes de 1986. Masticando una tarjeta de acceso.
—¿De verdad pensabais que un concurso iba a arreglar esto? —dijo—. Aquí dentro todo está abierto y permanente... como una úlcera mal curada.
Y rio. Fue entonces cuando entendí algo. Ya no solo del concurso. Sino de la vida misma: no hay evaluación objetiva. No hay tribunal imparcial. No hay sistema justo. Hay una silla, un número, y una tecla que se pulsa. A veces te toca una piraña. Otras, una cucaracha con toga…
Y, ¿qué ocurre cuando escuchamos, al fin, eso que siempre supimos, pero jamás quisimos admitir? Cuando la mentira —esa que tejimos con esmero, como una bufanda para el invierno del alma— comienza a apretarnos el cuello con la dulzura de una soga bien trenzada. Y entonces, ¿qué preferimos? ¿El silencio compartido de una vida sin heridas, cómoda, ordenada, sin sobresaltos, junto a cuerpos que no amamos, pero que tampoco nos duelen?, ¿un refugio sin ventanas, donde no entra el frío… pero tampoco el sol? ¿O el incendio de la sinceridad, la torpeza de un corazón que late mal, pero late fuerte, el riesgo de errar, de caer, de decir “te quiero” con la voz temblando y no saber qué pasará después? ¿Es mejor lo seguro, o lo vivo? ¿La paz, o la verdad? ¿Atreverse a abandonar el camino pulcro y cerebral para abrirle paso, aunque sea a trompicones, a lo que realmente somos? En cualquiera de los dos casos... ¿qué nos espera? Y si nos giramos —así, de golpe— y miramos hacia atrás, ¿qué veremos? ¿Un mapa de renuncias? ¿Una vitrina de decisiones seguras y vacías? ¿O, tal vez, el primer rastro de un grito que aún no ha salido del todo, pero ya vibra en el pecho como el principio de una revolución, aunque sea pequeña, aunque llegue tarde? Porque a veces la vida no se trata de acertar en la elección. Sino de no seguir mintiéndose. Y de tener los huevos, los ovarios, o el corazón, de decir: Esto no es suficiente.