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• 09/03/2005 17:13:00.
• No registrado.
"Vosotros, jueces y sacrificadores, no queréis matar hasta que el animal haya inclinado la cabeza, eso os pregunto. Mirad, el pálido delincuente ha inclinado la cabeza, en sus ojos habla el gran desprecio.
Mi yo es algo que debe ser superado, mi yo es para mí el gran desprecio del hombre: así dicen esos ojos.
El haberse juzgado a sí mismo constituyó su instante supremo, no dejéis que el sublime recaiga en su bajeza.
No hay redención alguna para quien sufre tanto de sí mismo, excepto la muerte rápida.
Vuestro matar, jueces, debe ser compasión y no venganza. Y mientras matáis, cuidad de que vosotros mismos justifiquéis la vida.
No basta con que os reconciliéis con aquel a quien matáis. Vuestra tristeza sea amor al superhombre, así justificáis vuestro seguir viviendo.
Enemigo, debeis decir, pero no bellaco; enfermo debéis decir, pero no bribón; tonte debéis decir pero no pecador.
Y tú, rojo juez, si alguna vez dijeses en voz alta todo lo que has hecho con el pensamiento, todo el mundo gritaría: Fuera esa inmundicia y ese gusano venenoso.
Pero una cosa es el pensamiento, otra la acción y otra la imagen de la acción. La rueda del motivo no gira entre ellas.
Una imagen puso pálido a ese pálido hombre. Cuando realizó su acción él estaba a la altura de ella; mas no soportó la imagen de su acción una vez cometida ésta.
Desde aquel momento, pues, se vio siempre como autor de una sola acción. Demencia llamo yo a eso: la excepción se invirtió, convirtiéndose para él en esencia.
La raya trazada en el suelo hechiza a la gallina, el golpe dado por el delicuente hechizó su pobre razón, demencia después de la acción llamo yo a eso.
Oíd, jueces. Existe otra demencia aún: la de antes de la acción. Ay, no habéis penetrado bastante profundamente en los rincones del alma.
Así habla el rojo juez: por qué este delicuente asesinó. Quería robar. Mas yo os digo: su alma quería sangre, no robo; él estaba sediento de la felicidad del cuchillo.
Pero su pobre razón no comprendía esa demencia y le persuadió: Qué importa la sangre, dijo, no quieres al menos cometer también un robo, tomarte una venganza.
Y él escuchó a su pobre razón: como plomo pesaba el discurso de ella para él, entonces robó, al asesinar. No quería avergonzarse de su demencia.
Y ahora el plomo de su culpa vuelve a pesar sobre él, y de nuevo su pobre razón está igual de rígida, igual de paralizada, igual de pesada.
Con sólo que pudiera sacudir la cabeza, su peso rodaría al suelo, mas quién sacude la cabeza.
Qué es ese hombre. Un montón de enfermedades, que a través del espíritu se extienden por el mundo, allí quieren hacer su botín.
Qué es ese hombre. Una maraña de serpientes salvajes, que rara vez tienen paz entre sí, y entonces cada una se va por su lado, buscando botín en el mundo.
Mirad ese pobre cuerpo. Lo que él sufría y codiciaba, esa pobre alma lo interpretaba para sí, lo interpretaba como placer asesino y como ansia de la felicidad del cuchillo.
A quien ahora se pone enfermo asáltalo el mal, lo que ahora es el mal: el enfermo quiere causar daño con aquello que a él le causa daño. Pero ha habido otros tiempos, y otros males y bienes.
En otro tiempo eran un mal la duda y la voluntad de sí-mismo. Entonces el enfermo se convertía en hereje y en bruja, como hereje y como bruja sufría y quería hacer sufrir.
Muchas cosas de vuestros buenos me producen náuseas, y, en verdad, no su mal. Pues yo quisiera que tuvieran una demencia a causa de la cual pereciesen, como ese pálido delincuente.
En verdad, yo quisiera que su demencia se llamasa verdad o fidelidad o justicia, pero ellos tienen su virtud para vivir largo tiempo y en un lamentable bienestar.
Yo soy un pretil junto a la corriente, agárreme el que pueda agarrarme. Pero yo no soy vuestra muleta.
Así habló Zaratustra."
al final me lo he leído entero.
por cierto, algunos nos conformaríamos con que alguno que otro cumpliese las penas enteras. eso sí, el arrepentimiento está muy bien, para empezar.